Me despido por una maravillosa razón, por una experiencia muy vital. Tan vital como vuestros peques. Esos que me enamoraban cada día y que me hacían crecer sin medida.
La palabra GRACIAS aún cobra más sentido para mí, pues desde el inicio me ofrecisteis mucha confianza y cercanía, y me ayudasteis a sentir aún más pasión por mi trabajo, a darle más valor a la EDUCACIÓN.
He intentado buscar palabras que me permitieran describir todo lo sentido a lo largo de este curso. Y son tantas las que me vienen a la cabeza que me cuesta ordenarlas sin que salga un "batiburrillo emocional".
Así que si me permitíis quiero mostraros una comparativa (a partir de un cuento japonés) que puede ayudarme a resumir la esencia de lo vivido este año:
Podríamos comparar la labor de la educación de los niños con lo que le ocurre a la semilla de la planta del bambú japonés. Cuando sabemos cómo se desarrolla esta planta nos damos cuenta de la gran importancia que tiene educar a los niños desde la primera infancia, desde su nacimiento.
Resulta que esta planta guarda un gran misterio, y es que, cuando se siembra una semilla de este tipo de bambú, durante los primeros seis años no se observa ningún cambio aparente, pero al llegar al séptimo año el bambú puede llegar a crecer, en tan solo seis semanas, más de treinta metros de altura. Pero,.. ¿Que sucede con el bambú desde que lo plantas hasta que brota la primera hoja? La respuesta es sencilla. Durante los primeros seis años, el bambú forma un complejo sistema de raíces que le permitirán, posteriormente, sostenerse en su crecimiento a lo largo de la vida. El bambú no crece inmediatamente por más que se riegue y se abone regularmente.
¿Cuánto podríamos decir que tardó realmente en crecer el bambú? ¿seis semanas? ¿o siete años y seis semanas? Sería más correcto decir que tardó siete años y seis semanas. ¿Por qué? Porque durante los primeros siete años el bambú se dedica a desarrollar y fortalecer las raíces, las cuales van a ser las que luego de estos siete años pueda crecer tanto en solamente seis semanas. Además, si en algún punto en esos primeros siete años dejamos de regarlo o cuidarlo, el bambú muere.
Cuando nos enfrentamos a esta tarea tan extraordinaria, la de educar, lo tenemos que hacer desde el corazón, es decir con MUCHO AMOR. Hacer las cosas con amor implica hacerlo desde el cariño, con afecto, con entusiasmo. Lo que puede suponer un esfuerzo y ser percibido como algo duro y difícil pasa a ser vivido como dulce y suave. Además, cuando las cosas la hacemos con amor suelen salir mejor, los resultados tienden a ser más óptimos.
Otro aspecto a tener en cuenta cuando educamos es que debemos contemplar al niño como un todo, de manera integral, desde una visión holística. El ser humano es la suma de tres dimensiones inseparables: emoción, pensamiento y acción; por lo tanto, cuando educamos, debemos hacerlo teniendo en cuenta estas tres dimensiones del niño.
Educar implica ayudar a SABER SER, SABER CONVIVIR, SABER APRENDER, SABER PENSAR. Cuando sembramos la semilla de la educación en los niños desde pequeños conseguimos que aprendan a conocerse a sí mismos, a aceptarse tal como son. Asumen la responsabilidad de pensar y opinar por sí mismos, a tener criterio propio. Saben que son uno, pero parte de un todo, de un mundo colectivo y social. Encuentran el aprendizaje como algo motivador, disfrutan conociendo sabiendo, investigando.
Sabiendo todo esto debemos sentirnos afortunados de poder sembrar cuantas más semillas mejor. Estar agradecidos de ser maestros de la vida y poder transmitirlo.
Como decía Karl A. Menninger “Lo que se les da a los niños, los niños dará a la sociedad”.
Consigamos que den lo mejor de sí mismos.
|
Disfrutar siempre de esa puerta abierta que
os permite ACOMPAÑAR y VER
a vuestros peques crecer,
y llevad siempre esta idea que
una compañera me hizo descubrir:
"NO SÓLO CREZCAS, FLORECE"
|
|
GRACIAS POR REGALARME TANTA VIDA (La de estas plantas pero sobretodo, la de los amigos y amigas de corazón) |